Irma Ariola (Puerto Cortés, Honduras, 1986) és professional de les cures i una de les impulsores de Ca l’Abril, una cooperativa que Labcoop hem pogut acompanyar des del moment de la seva ideació i gestació. Compartim aquesta entrevista on Irma explica la seva experiència personal i parla sobre aquest projecte que té una doble misió; potenciar l’autonomia i el benestar de les persones amb necessitat de cures i, al mateix temps, dignificar un sector feminitzat i sovint precaritzat.
En primer lugar, háblanos un poco de tu trayectoria vital. ¿Quién eras y qué hacías en tu país?
Empecé a trabajar a los 10 años vendiendo pan, recolectando fruta… y también estudiaba. Hice bachillerato y un curso de auxiliar de enfermería, entonces empecé a trabajar en el área de farmacia de un centro de salud público, pero trabajaba de voluntaria, no tenía un sueldo fijo y tenía trabajo solo cuando me requerían.
¿Por eso decides marcharte a España?
En mi país no hay oportunidades laborales y tener que salir desde mi pueblo a la ciudad era algo peligroso. La delincuencia y la inseguridad en Honduras son flagrantes, es un “sálvese quien pueda”. Si tú tienes una mínima estabilidad económica, no puedes mostrarlo porque te pueden extorsionar.
¿Tenías a alguien aquí?
Mi hermana llevaba dos viviendo en España y ella fue quien me animó. Yo tenía 27 años y dos hijos cuando me marché. Lo que acabó de convencerme es que tengo un niño con problemas de salud y la medicación que requería se llevaba gran parte de mi sueldo, es un medicamento que allí cuesta 3000 lempiras al mes (unos 105 euros) y en España costaba 6,50 euros. Hay que tener en cuenta que, en ese momento, el salario mínimo en Honduras era de 5000 lempiras (175 euros) y ese sueldo solo lo cobraba mi marido. Vivíamos para pagar el tratamiento porque, en Honduras, solo algunos privilegiados pueden permitirse enfermar.
¿Al llegar a Barcelona, encontraste trabajo pronto?
A los cuatro meses estaba trabajando de cuidadora en casa de una señora, vivía con ella pues estaba de interna, además yo no tenía a nadie aquí y ella no tenía familia. Me acostumbré tanto a esta señora, y ella a mi, que yo apenas salía de la casa, pero estaba muy feliz con ella. Con esa familia estuve dos años y, aunque intentaron regularizar mis papeles, al final no fue posible.
¿Qué dificultades te encuentras aquí?
Muchas, aunque no son comparables a las de mi país. Yo sé que en todas partes tienes que trabajar para poder vivir y cuando llegué aquí sabía que no sería fácil, pero después de tres años trabajando de lunes a lunes y ahorrando, pude traer conmigo a mi familia. La principal dificultad es a la hora de regularizar mi situación para poder trabajar. Ahora mismo llevo aquí 8 años y todavía no lo he conseguido. Cuando te hacen un pre-contrato, haces todos los trámites de extranjería y te dan primero el número de la seguridad social. A los tres meses cotizados te dan una primera tarjeta, pero si no cotizas seis meses 40 horas a la semana, no te la renuevan. En mi caso, en la segunda familia con la que trabajé, me hicieron la documentación cuando ya llevaba dos años con ellos. En ese tiempo, quedé embarazada y me despidieron. Yo ya tenía mi primera tarjeta pero no llegué al tiempo mínimo de cotización y volví a quedarme sin documentos. Después de tener a mi tercer hijo, trabajé en una residencia y allí han iniciado el proceso para tramitar mi documentación, pero ahora, con el Covid, se ha vuelto tan complicado el tema de extranjería que llevo un año esperando respuesta y mientras tanto no puedo trabajar.
¿Cómo es la cultura de los cuidados en tu país de origen?
Allí es lo normal, es lo que hacemos. Cuidamos los unos de los otros. Cuando una persona mayor llega a una edad en que no se puede valer por si mismo, la más pequeña de la familia es quien se queda en casa con el abuelo. Aprendes, desde muy pequeña, a cuidar, a darle la comida, a ayudarle… En España nos ganamos la vida con los cuidados porque es algo que sabemos hacer muy bien, es algo que nos nace hacer y, aunque muchas personas lo hacen por necesidad, en mi caso es algo que me apasiona. Cuando llegué aquí y vi que hay tanta gente mayor que vive sola, en aislamiento, me chocó mucho. Nunca antes había visto algo así, en mi país nadie tendría el corazón de dejar a su abuelo solo. Para nosotros, los abuelos son sagrados, son las personas más importantes de la familia y todos procuramos por su bienestar.
Esta es una de las razones de ser de Ca l’Abril; combatir el aislamiento en la gente mayor. ¿Cómo surgió la idea de crear esta cooperativa?
Fue una idea que nació en Barcelona Activa con el apoyo de Pla de Barris; nos convocaron a una reunión y nos propusieron participar en un programa de emprendimiento. El hecho de crear una cooperativa de cuidados fue idea nuestra, de las participantes, porque era lo que mejor sabemos hacer. El 80% de las que formamos la cooperativa somos de fuera y en España es la oportunidad laboral que más se nos brinda, la de cuidar de los mayores y del hogar. Entonces hicimos varias formaciones, de liderazgo, de cohesión de grupo y contamos con unos profesores y profesoras excelentes de la cooperativa Labcoop. Todo se hizo paso a paso y fuimos tejiendo la relación que tenemos ahora.
¿Qué servicios ofrecéis?
Nuestro trabajo es cuidar a las personas. Ofrecemos servicios de cuidado a personas mayores en el ámbito más amplio de la palabra, les acompañamos al médico, paseamos, les damos la comida… También cuidamos de personas enfermas o personas en situación de dependencia y ofrecemos servicios de limpieza y mantenimiento del hogar.
También os proponéis ser un modelo de cuidados que lucha contra la precariedad laboral.
Sí, al comienzo del proyecto, todas nos sentábamos y hablábamos de las experiencias vividas: trabajar todos los días de la semana, humillaciones, episodios de racismo, fatiga absoluta. Hemos vivido situaciones que no se comparan con el miedo que pasaba en mi país, pero tampoco es justo que se nos trate mal. Algunos clientes saben que necesitas el trabajo, que no tienes papeles y que de ello dependes tú y los tuyos, y se aprovechan de eso. Por suerte, también hay clientes que se convierten en tu familia y es un placer cuidarlos. Pero Ca l’Abril quiere garantizar las condiciones dignas de sus trabajadoras y trabajadores, marcando los días de descanso, rechazando trabajar de internas, limitando las horas de trabajo… Ca l’Abril existe sobre todo porque nos gusta lo que hacemos y lo hacemos de corazón.
¿Cómo vivisteis los meses de confinamiento?
No dejamos de trabajar en ningún momento. A las personas hay que cuidarlas siempre y nosotras tuvimos bastante faena esos meses. Allí la gente se dio cuenta de que somos profesionales esenciales.
Este abril cumplís dos años, ¿Qué has aprendido durante este tiempo?
Me llevo mucho aprendizaje, muchos conocimientos, sobre emprendimiento, sobre derechos laborales… Como socia colaboradora tengo unos compañeros excelentes y, aunque no he podido trabajar desde Ca l’Abril por el tema de mi regulación, es una experiencia fantástica. Además, hemos intercooperado con otras cooperativas y hemos conocido distintas entidades de cuidados que han resultado muy inspiradoras. Con algunas nos hemos unido para impulsar la campaña “Preescrivim Cura Digna”, donde reivindicamos que las cuidadoras también necesitamos que se nos cuide, porque muchas sufrimos lo que se conoce como síndrome del cuidador quemado.
Por último, ¿qué deseo tienes para la cooperativa para los próximos años?
Me gustaría que Ca l’Abril llegue a más gente y que las socias, que tantas ganas tenemos de trabajar, podamos hacerlo. Que se regule nuestra situación legal y podamos trabajar con las condiciones que merecemos. No pedimos nada excepcional.